lunes, 20 de agosto de 2012

Patinazo Cospedal



El otro día la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, hizo unas declaraciones que, al menos en mí, despiertan un gran estupor. En una entrevista que aparece en 20minutos.tv, y cuyo enlace adjuntaré a continuación, Cospedal afirmaba, y cito textualmente: “hay políticos que realizan su actividad con mucho esfuerzo y lo hacen por un salario normal…La inmensa mayoría de la clase política no se merece no se merece que la demonicen como está ocurriendo hoy en día.”
Estas fueron las dos afirmaciones que más me llamaron la atención del fragmento de la entrevista que pude ver. La señora Cospedal opina y se atreve a hacer público el hecho de que hay muchos políticos que invierten una gran parte de su tiempo en su labor, restando tiempo de otras actividades como, por ejemplo, las familiares, y lo hacen por un salario “normal”. Francamente, desde aquí debo exigirle a la secretaria general del PP que me indique quienes son esas personalidades porque los sueldos que conocemos de políticos, desde diputados hasta presientes de autonomías o del gobierno, no son normales. O, quizás, la señora Cospedal considere normal la cantidad de 57.547,42€ que cobra el alcalde de la localidad de Benavente, en Zamora. Puede que también sea normal que el alcalde de Fresnedillas de la Oliva, Madrid, con menos de 5.000 habitantes, tenga un salario anual de 41.496€. Y puede, también, que la señora Cospedal considere normales los sueldos de 144.030,12€ y 101.987€ que pertenecen, respectivamente, al presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, y a la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, llegando ambos a cobrar más que el presidente del gobierno.


Por eso, creo que la señora Cospedal no tiene derecho alguno a afirmar que los salarios de la clase política, en general, son normales porque, siendo francos, está cometiendo una grave hipocresía, puestas estas cifras sobre la mesa. Incluso aunque a ella verdaderamente le pareciese normal le pediría un poquito más de consideración con la población mileurista, en su mayoría o incluso ni eso, que está gobernando ella y su partido.
La nueva ley de Transparencia saca a la luz los sueldos de los cargos públicos. Esto no es más que un intento de tratar de quedar bien con el pueblo. No pensemos que son buenos porque nos están mostrando algo tan “íntimo” como sus salarios. Pensemos en esos salarios. Claro está, no desde el punto de vista tan típico “¡oh! si ese dinero estuviese en mis manos”. Sino desde la idea de que la solución a la crisis no comienza por los recortes y los aumentos que estamos sufriendo, sino por el desvío de la mitad o más de muchos de esos salarios a las arcas públicas.
No puedo callar ante tales declaraciones porque son un insulto y una ofensa. Una burla ante nuestras caras. Además en las declaraciones de la señora Cospedal tiene lugar una gran contradicción. ¿Si ella considera que sus salarios son normales que opina de los sueldos, infinitamente por debajo de los suyos, que tenemos las clases media y baja?
Ahí está la clave de lo falaces que resultan las declaraciones de la secretaria general del Partido Popular. En conclusión, una mentira más que añadir a esta incansable montaña.

*Las cifras salariales han sido extraídas de la siguiente página web: http://www.sueldospublicos.com/

Oda a una crisis


Cuando el sol se alza en su esplendor
y de oro cubre este amanecer,
la ciudad despierta de su última noche
y sus habitantes, todos, inician un día más
sus rutinas como si de extrañas expediciones se tratase.

Sopla un viento árido, reseco, que escuece en los ojos.
Las nubes visten estos días frágiles sin atención ni pudor.
En el cielo el sol quema. Aquí abajo en la ciudad,
la llama no ha dejado de arder.
Los habitantes, todos, resoplan, de nuevo, se amargo quejido.

Los días vienen y van sin sentido alguno, sin valor ninguno.
Los países, unos y otros, confrontados
y con las armas prevenidas,
buscan el saciar su anhelo de poder.
Desean un control ilimitado, sobre la noche y el día.

Los rostros languidecen por las calles
y la felicidad se oculta tras las más sucias esquinas.
La pobreza ha enganchado a su remolque las almas que ha querido;
todas aquellas que en realidad se le han permitido.
Y se hunde en la mugre de la nada, con todas ellas, sin dejar ninguna.

El mundo gira en torno a un papel pintado
con la sangre de los pueblos, 
y al metal de una circunferencia que observa
con el rostro atento de algún villano
o de algún poeta olvidado.

La guerra se alza entre la maleza,
con más furor que nunca,
alegre de este frío silencio que nos consume a todos por dentro.
La condena está echada sobre nuestras suertes
y ésta disfruta viendo como nos devoramos sin pudor.

Las manos, separadas, regresan a la hostilidad del tacto del arma,
fría y traicionera amiga que acompaña al descontrol en una fuerza.
Los ojos son, ahora, austeros. Buscan su comunidad,
en el color, en la forma, en la simple apariencia,
para unirse a ella y creerse más fuertes hasta despreciar.

Las bombas y los disparos llueven
lejos de los casquillos de cualquier bala o proyectil.
Sobre el papel y la tinta, la voz y el oído, y la incombustible vista,
se plasma toda esa violencia arraigada con fuerza en los corazones.
Ataques diarios bañan de sangre la pureza de cualquier idea o pensamiento.

Las flores caen, los campos se arrasan, las lágrimas
como manantiales botan de los ojos.
La esperanza es una mecha ya consumida
Y el amor se reduce a simple cera derretida.
Y ese monstruo, esa crisis insaciable
 que nosotros colocamos en su trono
llena su estómago hasta más no poder
de las desgracias y los desgraciados que emanan de los suelos.
Se regodea con una asquerosa mueca en su cara
y continua llenando sus bolsillos
de sueños olvidados, recuerdos enterrados y vidas consumidas.

Jonatán S.
La letra  pequeña
20/8/2012

Va de cine


El otro día, mientras gozaba de una suculenta cena en mí descanso de la jornada laboral, pude entablar una más que satisfactoria conversación sobre cine con un par de mis compañeros. Es una de esas típicas situaciones en las que ninguno de los que hablan tiene la menor idea para realizar un análisis crítico algo más profundo y, únicamente, se dedican a exponer sus opiniones y gustos sobre una serie de películas y nombres que van saliendo en el transcurso de la charla.
Iniciamos el intercambio de afirmaciones y opiniones con un pequeño debate sobre el cine en tres dimensiones y su comodidad y efectividad, siguiendo dicho debate por la línea de like o dislike sobre la última película de Terrence Malick, El árbol de la vida. Posteriormente estuvimos comentando películas que habíamos visto y que nos habían apasionado con la ilusión de unos chiquillos que cambian sus cromos a la salida de clase. Dichos comentarios iban acompañados del orgullo de saber que cada uno había visto alguna película que el compañero de al lado no conocía. Entonces experimentábamos el delicioso placer de recomendarla, siempre con aires propios del ego de un crítico de cine, o, los que no podían resistir más, explicarla y destripar toda la historia hasta el final.
Surgieron nombres de todo tipo. Desde El Señor de los anillos, película que con fulgor remarcó y remarcaré, hasta Enemigo a las puertas, cuya trama figura entre las diez principales de mi lista personal. En general, cada uno barría para su territorio. Nadie cedía pero todos nos acercábamos los unos a los otros. Pero, supongo que como en todos los descansos laborales, la voz o la campanita de turno resonó y todos nos esparcimos, cada uno a sus respectivas posiciones y faenas.
Pero la conversación no finalizó ahí, al  menos para mi mente. Yo seguía pensando, dando vueltas y repasando la historia del cine. Soy consciente que de esa larga línea no he recorrido, quizás, ni siquiera un simple paso, pero me sentía orgulloso de haber tenido el privilegio de conocer tantas historias, visualizarlas, escucharlas, continuarlas, luego, en mi mente, estudiarlas y analizarlas, alegrarme con ellas o, incluso, decepcionarme.
El séptimo arte, tal y como lo bautizó Ricciotto Canudo en su Nacimiento del séptimo arte, ha sido un gran amigo para el hombre a lo largo de este primer siglo de historia. Ha ayudado a crear diversas formas de ver la realidad y ha plasmado ideas, teorías y, sobretodo, pensamientos e imaginaciones, convirtiéndolas en imágenes con sonido.
Han sido, y son, el complemento necesario para cualquier libro e historia, ya que traslada dicha trama de la mente del director, escritor, espectador, etc. a sus respectivas realidades. Cada uno de esos visionados de historias, porque al fin y al cabo eso son las películas, garantizan la homogeneidad y pluralidad del extenso número de formas de pensar e interpretar, como la realidad, las historias ficticias que existen.
Por lo tanto, el cine ha resultado siempre una buena guía a la que aferrarse para ver la realidad y conocer cómo piensan y viven otras mentes. Eso sí, siempre teniendo como base los límites que separan la ficción, es decir la gran pantalla, de la realidad, o sea la vida en sí. Porque en este campo, por desgracia, también han existido y han proliferado demasiado extremos que se han encargado de convertir un inicial e inofensivo placer en un final y brutal dolor.
Podemos y debemos ser críticos con las películas. Debemos tacharlas conforme a nuestros gustos e incluso podemos apartarlas de nuestras colecciones, listas o deseos. Y digo esto porque de la misma forma en la que se han realizado productos cinéfilos maravillosos, también se han producido verdaderas patochadas que ni aportan ni mueven ni hacen nada. Incluso puede que afecten de forma negativa. Pero por encima de todo ello, no podemos tachar un verdadero y necesario arte como es el cine. No podemos extraerle su peso y participación en la historia de la humanidad.



No es importante el puesto que ocupe en la numeración de las artes. Al fin y al cabo, todo ese conjunto de artes, para poder sobrevivir, necesita el complemento de unas y otras. Una necesaria interrelación.