jueves, 6 de diciembre de 2012

De bandera y abanderados



Gran día de la Constitución el de hoy. Prácticamente todas las fuerzas políticas del país han presenciado la celebración de la carta magna redactada en el 78 con la bandera española ondeando como nunca en el fondo del marco. Bonito retrato para un país como el nuestro, dado que, supuestamente, no somos más que una bandera.
No sé hasta qué punto resulta relevante una jornada como la de hoy. Celebramos una bandera que está rota y fragmentada. Una Constitución que unos aspiran a restaurar y otros a conservar, pero que todos infringen. Y como maestros de ceremonia nos dirigen unos abanderados muy apropiados.
En vísperas de la primera navidad de los grandes recortes y una población cada día más herida tenemos que asistir, completamente pasivos, a ver como hoy se reúnen todos aquellos que durante la semana han estado creando más frentes de guerra, controversias y discrepancias entre el público. Si esto es la hipocresía de la vida sigo negándome a aceptarla.
Mayor atención requiere uno de los abanderados en particular. Ya nos hemos referido en más de una ocasión a él desde La letra pequeña pero es imposible, inmoral y nada ético pasarlo por alto. Parece que José Ignacio Wert se ha propuesto salir en la mayoría de titulares y portadas de los medios porque, francamente, es el primer ministro de educación, cultura y deporte del que escucho hablar más que el propio presidente.
Su última estrategia, de la cual me abstendré de hacer comentarios, parece no ser más que una contestación política al fallido intento de Artur Mas de plantar cara a Madrid. Pero cabe el riesgo de que esa propuesta acabe resultando en una realidad. Una cruda realidad. Y a todo esto no podemos hacer más que callar y escuchar como el propio Wert declara ser “como un toro bravo” que cuando escucha la queja del público y le castigan se crece todavía más.

Pero tranquilos, no pasa nada. Hoy es el día de nuestra Constitución. Hoy los colores de nuestra bandera relucen al sol como nunca. Una constitución que no es capaz de garantizar el porvenir de una cultura ni de una lengua. Una bandera que nunca dejó de verse en blanco y negro. Y unos abanderados que ni han cambiado ni cambian, pese a hacernos creer que cada cuatro años se renuevan.