viernes, 24 de mayo de 2013

"The Way" (El Camino), de Emilio Estévez

La experiencia del dolor suele comportar persistencia en la persona herida. Resulta, en ocasiones, ser un incentivo, un empujón para realizar alguna cosa que antes parecía muy lejana o completamente imposible. Esto muestra Emilio Estévez en The Way (El Camino). Una historia que nace a partir del dolor de una pérdida y continúa hacia adelante bajo el incentivo de completar aquello que el difunto no pudo conseguir mientras vivía.
Sheen y Estévez, en la presentación del film (elmundo.es)

Tom Avery, interpretado por Martin Sheen, pierde a su hijo Daniel, al cual le gustaba mucho viajar y explorar los diversos parajes del mundo. Tom decide enfrascarse en la vida del peregrinaje por tal de acercarse a su difunto hijo y contemplar la vida como él la contemplaba. 

Una película que, en general, nos transporta a una profunda reflexión a través de diferentes elementos. Juega con el dolor de perder un hijo y la reacción, a esta carga, de intentar cerrar esa herida abierta no sin antes haberse acercado más a la vida que llevaba el difunto. Además trata el modelo de vida del peregrinaje desde el punto de vista del "anticomercialismo" y el rechazo a una vida basada en el poder del color de los billetes. Tom Avery encarna esa figura de peregrino solitario lleno de dolor, pero con un camino que caminar por delante, dispuesto a valerse de aquello que le da la tierra, reacio a conocer a otras personas pero nunca cerrado en banda, creyente en sus propias fuerzas y posibilidades y en la providencia de un ser superior a Él que lo guarda en su caminar. 


Fotograma de la película (lavanguardia.com)
The Way también hace recapacitar en el valor y el fundamento de la amistad, de la verdadera amistad, visible en otros personajes del reparto. Y es que, realmente, no existe el lobo solitario. Cualquier individuo que ha conocido la sociedad pertenece a la sociedad y tiende a encontrarse con otros miembros de la sociedad. Tom Avery es un claro ejemplo de ello. También lo es de la capacidad de canalizar el dolor de una pérdida tan grave como la de un hijo hacia la insistencia por seguir adelante en el camino, pensando y acercándose en todo momento a su difunto hijo, pero sin olvidar nunca su paso. 

Una historia donde la lucha interior que cada corazón humano soporta, aunque algunos tratan de disimularla o evadirla, se convierte en la razón de afrontar el camino con más fuerza, tratando siempre de tomar la dirección que se considera más conveniente; levantándose tras la caída; caminando sin detenerse.