jueves, 10 de abril de 2014

Ensayo sobre la pedantería

Supongamos que conocemos al señor X. Un día, mientras disfrutamos de un tranquilo paseo por el parque o el paseo central de la ciudad, nos lo encontramos y comenzamos a hablar de literatura periodística, por ejemplo. "Ahí ando, leyendo a Günter Wallraff", comentamos con inocencia. "¡Hombre!", exclama el señor X con arrogancia. "Me parece interesante el tratamiento que hace de la inmigración en Alemania, aunque no comulgo con sus ideas", prosigue. "¿Por qué?", preguntamos nosotros como cualquier ser humano que desea indagar en la razón de las cosas. "Porque no puedo ver a los turcos". Ante el impacto de la respuesta respondemos: "¿Te has leído el libro?". "No, pero un primo lejano de un amigo se lo leyó y me comentó algunas partes", comenta el señor X convencidísimo de lo que está diciendo. 

La pedantería es un hábito incoherente (edoctum.blogspot.com)
La señorita X es afable y simpática. Pero cuando defiende sus ideales es pedante en extremo. También la conocemos. Un día la encontramos subiendo la escalera. Sin saber cómo, nos encontramos en una conversación con ella sobre grandes cineastas, por ejemplo. "Me encantan Dziga Vertov y David Lynch. Son mi auténtica debilidad", comenta socarronamente. "¿Qué opinas de la manera tan fina que tiene de vincular cine y comunismo?", pregunta de forma sinuosa. "Que no me gusta porque lo considero excesivamente politizado pese a ser un vanguardista de la época", respondemos con sinceridad. "Bueno, ¿entonces qué te gusta?", arremete la señorita X. "Eisenstein", respondemos, de nuevo, con sinceridad. "¿Cine alemán de la época? Eres un nazi", y la señorita X desaparece llevando consigo su juicio con el que nos catalogará para el resto de los días de su existencia. 

El señor y la señorita X están tomando un café delante de casa. Aparecemos y nos sentamos junto a ellos. El uno mirándonos como un experto en Wallraff y turcos. La otra, dibujándonos una esvástica imaginaria en un brazalete alrededor del húmero. Saludamos y nos limitamos a escuchar. Primero hablan de su equipo deportivo favorito. "Todo lo hacen para su contra y para favorecer a los rivales. Es una conspiración clarísima". Uno habla y la otra asiente, o viceversa. Ahora hablan de religión, creencias o fe. Quién sabe. "Es arriesgado que la gente considere un libro como perfecto", dice una. "Yo respeto a todos pero ¿cómo se puede ser tan ingenuo para creer en algo así?". Ríen de manera sarcástica. Ahora toca política. "El 'politicucho' este que han imputado seguro que es corrupto". "Ya se le ve en la cara". Acaban de cacarear y nos miran. "¿Es que no vas a opinar nada?", me interpelan. "¿Vistéis el partido?", preguntamos. "No", responden al unísono. "¿Habéis leído ese libro que es la base de la fe de las personas a las que juzgáis?". "Algunas partes, hace muchos años". "¿Conocéis el caso por el que han imputado a esa persona?" "Hmmm....por un hospital de no se qué...". Nos acabamos el café de un trago y nos marchamos sin despedirnos.

Aguirre nos ha dejado mucos ejemplos de cómo ser pedante (eldiario.es)
La ex-presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, provoca un altercado con su coche (4x4). Derriba la moto de uno de los agentes de movilidad de la capital después de recibir una multa por aparcar en un carril de buses. De entre el mar de declaraciones que realizó durante los siguientes días pueden rescatarse dos: "Los agentes de movilidad eran bastante machistas" y "Querían mi foto para Al Jazeera o New York Times". Un ejercicio de pedantería por antonomasia. Unamuno decía que "un pedante es un estúpido adulterado por el estudio".

Se nos da bien esto de la pedantería. Especialmente a 'los de arriba', que todo creen conocerlo cuando en realidad no demuestran nada, y la clave del conocimiento es la práctica. Saber y no poner en práctica es ser el mayor desconocedor. A todos nos afecta. Nadie nos libramos. Somos pedantes de nacimiento y de campeonato. Olvidamos que la pedantería no esconde más que ignorancia, arrogancia y soberbia. Admitámoslo: somos pedantes. Y nos gusta. Nos regodeamos en ello, como cerdos en el barro.