lunes, 20 de abril de 2015

El banco

Hay espacios en la ciudad que resisten a la tiranía de lo inmediato, la prisa, el estrés. Recovecos entre paredes de grandes edificios, a la orilla de grandes avenidas o entre esquinas de rondas y de ramblas. Allí, el tiempo parece detenerse y las horas son absorvidas por el hábito de una rutina diferente y la espontaneidad que siempre ofrece el momento. Es el caso de la plaza que lleva el nombre del novelista i escritor de teatro, Josep Maria Folch i Torres, en Barcelona. Los días van y vienen para un pequeño grupo de personas que suelen concentrarse junto a la pista rectangular de arena, en el lado de la plaza que da a la Ronda Sant Pau. Algunas de ellas viven en la calle y otras tienen arreglado algún alojamiento con los servicios sociales o bien, con amigos y conocidos. 

Pinchos en el muro de una pared (somosmalasana.com)
A diario se reúnen en la plaza para charlar, beber o dormir en el colchón de arena y junto a la despreocupada vigilancia de un compañero o compañera. Y ante ellos, el impasible vaivén de una sociedad atrapada en su rapidez, que camina a toda prisa hacia adelante, sin mirar a su alrededor. El pequeño grupo de personas permanece de pie en todo momento y cuando el cansancio sobrepasa las fuerzas, entonces buscan apoyo en las maderas que delimitan el recinto arenoso. Unas maderas viejas y muy finas, que tan sólo cubren media nalga del asiento de una persona. 

Hace unos meses había un banco justo delante del arenal. Era habitual encontrarlos sentados, apretujadas las piernas entre sí. Se levantaban y se sentaban sin miedo a que nadie ocupase su asiento, puesto que, en una sociedad donde tan sólo hay tiempo para consumir el propio tiempo de manera más rápida e inmediata, ¿quién iba a querer sentarse con ellos? Reían, charlaban e incluso a veces cantaban. La estampa parecía la típica portada de los grupos pop-rock de los 90, con cinco músicos sentados en un banco para tres personas y además, con alguna guitarra perdida en las manos de alguno.

Un miércoles, a mediodía, se presentó una brigada municipal de limpieza.Los monos verde fosforito llamaron la atención de los ocupantes del banco. "Tienen que marcharse del banco", espetó uno de los técnicos con una manguera de agua a presión en la mano. Ni siquiera bastó un 'porqué'. Las miradas de los ocupantes ya lo reclamaban. "Volveremos a instalarlo", dijo el hombre. 

No sé si queda noción de ello en la mente del pequeño grupo que todavía hoy se junta en la plaza. Hasta qué punto un banco merece formar parte de la memoria histórica de una calle tan transitada como la Ronda Sant Pau en Barcelona, no puede conocerse. Pero detrás de ese banco hay unas personas y con estas, una historia humana. Por lo tanto es digna de ser descrita.

Bancos divididos (vozpopuli.com)
El Ayuntamiento de Barcelona ha manifestado varias veces que rechaza el urbanismo llamado defensivo, que se dedica a eliminar o bloquear los espacios públicos que ofrecen descanso en la vía. En otras palabras, los bancos, reposaderos, muros y repisas, oquedades,etc..todo aquello que permita a las personas detenerse en el transcurso del día a día de la ciudad y, en el caso de aquellas que se encuentran en situación de sin hogar, encontrar cobijo donde dormir o resguardarse. El urbanismo defensivo se encarga de inhabilitar estos espacios a través de una eliminación sistemática (como es el caso del banco en la plaza Folch i Torres) o bien, instalando toda clase de elementos (pinchos, cenefas, plantas, esferas de hormigón, sillas individuales...)  para anular así la función que podían desempeñar.

Una visión del urbanismo que engaña a la sociedad con el falso paradigma del diseño, la higiene y la sofisticación de las calles, cuando lo que en realidad fomenta es una mayor imposibilidad a la hora de establecer comunicación y relación con otras personas, y la privatización indirecta del espacio público (si te quieres sentar tiene que ser en un establecimiento, previa consumición). El mayor efecto de perversión de la idea  que se traduce en el hecho de desplazar aquello que resulta 'feo' para la ciudad o que puede afectar negativamente su atractivo. Es decir, el sistema ha decidido tomar unas personas y catalogarlas como 'excedentes', 'sobras', y ahora deben ser eliminadas de cualquier recóndito en el que puedan esconderse para no alterar la supuesta belleza urbana. 

No es únicamente un banco arrancado de un parque. Tampoco unas personas de pie que antes se podían sentar y tumbar. Es la evidencia de la apuesta que se realiza en materia política y, más allá del olvido, la destrucción de la sociedad en su base; esto es, las personas.