lunes, 19 de diciembre de 2016

En el periodismo también hay clases

Nunca hubiese creído que también hay matones en el periodismo. Y no me refiero al tópico de adolescente, con el flequillo cruzado encima de la frente, quizás un pendiente o dos en una oreja y los pantalones por las rodillas. Me refiero a esa clase periodística a partir de la media-alta que utiliza el oficio como teatro de sus egos y fantasías, sin detenerse a valorar costos ni consecuencias. Esas y esos romanticones, que afrontan los retos y problemas de la profesión con filosofía mala y barata. Que impregnan periódicos, micrófonos y pantallas con su criterio como una norma básica establecida, como una fuente de rigor, como una especie de línea de las líneas editoriales. El motor del periodismo. Lo que mueve al medio de comunicación en cuestión.

Tampoco utilizan de esa violencia típica en los matones de instituto, ni de su intimidación. Pero sí son violentos e intimidatorios. Su modus operandi consiste más bien en el ataque psicológico. Sé que esto suena muy paranoico pero intentaré demostrar que no lo es. Al menos tal como lo entiende y me afecta. Es sencillo, desde una posición más elevada, por muy pequeña que ésta sea, infligir un daño psicológico a quienes se encuentran en una situación vulnerable o, simplemente, ostentan una posición menor en el sistema de clases organizado, incluido el mundo profesional. En el periodismo, también, sus matones actúan así para minusvalorar el trabajo de los equipos humanos que los rodean y evitar que su criterio pueda verse rebatido en algún momento, en tanto que el resto de personas anda preocupada esforzándose todavía más para demostrar la valía de su trabajo.Soy consciente de que se trata de un ejemplo algo pueril, pero quizás también sea de los más habituales en las redacciones. 

No se trata de que el oficio deba ser una confrontación constante de criterios, pero se ha eliminado en gran parte la capacidad y el espacio que permite dialogar y, en definitiva, ser ejemplo ante las estructuras  jerarquizadas tan habituales. Y quienes han eliminado este elemento que, sin duda, podía ser diferenciador respecto a otros oficios, lo han hecho para mantener un estatus. No sólo por mantener un criterio propio por encima del resto. El criterio, al fin y al cabo, se ha desplazado hacia un lugar secundario. Lamentablemente el oficio del periodismo está sujeto a muchos elementos tentadores y diferentes vías de perdición. La televisión, en sí, es la que más, juntamente con los nuevos canales a través de la red. Es un mundo plagado de nombres, de cargos y de eventos con los que inflarse el ego y seguir alimentando esta manera de proceder, este sistema de clases que genera brillos, por una parte, e invisibilidades por otra. 

De esta manera el oficio viene a ser mucho más pequeño de lo que en realidad es. Se limitan sus posibilidades. El matón, o la matona, del periodismo se hace a sí mismo techo, es decir, viene a ser el límite máximo del crecimiento profesional dentro del espacio que comparte. No importará que hayan otros criterios, incluso más válidos o con mayor perspectiva social que el suyo. Si comienzan a crecer, tarde o temprano se toparán con ese límite, con ese falso techo que ha sido incapaz de renunciar a sí mismo para dejar que el oficio se siga desarrollando. En el debate, juzgará sin piedad a quién se le oponga, ridiculizando y menoscabando la opinión exterior, el planteamiento foráneo, tan sólo alimentándose cada vez más de sí mismo, y de su posición que le permite acceder a ciertas fuentes y realizar según qué entrevistas o reportajes. Y así, es cómo muere el oficio. Cómo se mata el periodismo para convertirlo en un erial de intereses e interesados. 

Muy lejos queda el propósito original del oficio, que implica la renuncio y el sacrificio personales en cierta medida. Se suponía que los periodistas no debíamos escribirnos un perfil para la historia, sino transmitir la historia al resto de la población. Se suponía que debíamos destapar lo oculto, y no encerrarnos con ello. Se suponía que debíamos representar las demandas populares de control político, y no hacernos amigos de la corbata, a ver si así nos concede la entrevista. Se suponía que debíamos poner el poder de la información en las manos más de los débiles, y engrandecernos a nosotros mismos. Sin duda, estamos fracasando.