miércoles, 1 de marzo de 2017

Hemingway me ha invitado a hablar

Lo cierto es que no tenía pensado escribir esta semana. No me siento cómodo ocupando el espacio público con mis pensamientos, pero lo siento. Hemingway me ha invitado a hablar. Y para mí la escritura es el altavoz que más concreción demuestra en el ejercicio comunicativo. Esta semana lo demostré, leyendo El viejo y el mar, cada día en el trayecto del tren. Ese espacio al que, en cierta manera me voy acostumbrando cada vez más, y que ha terminado por despertar en mí un extraño sentimiento hogareño. ¿No resulta curioso que la distancia que tengo que recorrer hasta el trabajo, algo que evidentemente me limita tanto, esté provocando en mí el mayor ritmo de lectura con el que jamás había leído en mi vida? ¡Qué paradoja! Algo que resulta ser una limitación asfixiante, por otro lado está cargado de liberación.

Y ahí me encuentro. Sentado en el mismo asiento de cada día, observando cómo el paisaje despierta al amanecer por la misma ventana de cada día. Básicamente, porque a esa hora no hay nadie que pueda quitarme el sitio. El viejo, el mar y yo. Tres arquetipos de caminos entrelazados. Me pregunto quién debo ser. Si el viejo, el mar, el pez pescado o los tiburones. Tranquilidad. No estoy desvelando nada del argumento del libro. Es algo mucho mayor que cualquier simple descripción que yo pueda hacer aquí. 

Lo cierto es que hay momentos en los que siento que soy el viejo. Atrapado en el mar, como si se tratase de una situación vital específica, mientras éste me trabaja y me cansa hasta creer que desfallezco. Pero al mismo tiempo aprendiendo, en y de la soledad. Ninguna novela había despertado en mí tal sentimiento de compañía como esta de Hemingway, a lo largo de las páginas en la que el viejo se encuentra solo, en el mar. ¿O quizás sea el mar? Pero ¿puede alguien convertirse en sus circunstancias? La relación del viejo con el mar no es la de un simple sujeto y su escenario, sino que llega al punto en que se fusionan y un pierde de vista dónde comienza el viejo y en qué lugar acaba el mar. ¿Acaso no son el tren y mis viajes en él, las mañanas y las noches a la luz artificial de las farolas, el paso de los días en el calendario, una extensión de mi propio ser? Creo que estoy en relación con todo ello en la medida en la que interactúo y reacciono a todo ello. No dejo de plasmar mi carácter. 

Luego está el pez pescado, que me hizo pensar si había cometido el error de llegar a acomodarme tanto en mi escenario que no había visto venir la extraña y misteriosa oscuridad que me captura. Si mis raíces en un contexto determinada me habían cegado ante el anzuelo. En el libro me molesta que el viejo hable con el pez porque lo ha matado y ya no podrá volver a nadar. También me veo a mí mismo, malvado, en la figura de los diferentes tiburones. Aunque elegante, el Mako no deja de querer comerse al pez y provoca la reacción agresiva del viejo. Por eso se acaba hundiendo en el mar, muerto. Me pregunto en cuantas ocasiones habré disimulado lo malo de mis actos y mis palabras en bonitos y elegantes movimientos. Este aspecto humano, siempre que lo descubro, me asusta. Por eso el fin es el mismo que el del resto de tiburones, los Galanos. Menos sutiles. El reflejo translúcido del mal. La visible oscuridad del mar, tal como se refleja en el relato de Hemingway. No me cuesta nada sentirme identificado con ellos porque lo único que hacen es devorar, saciar su carne con carne. Y esto le es innato a cada persona. Aún así los repudio, incluso más que el Mako, y soy consciente que con ellos me repudio a mí mismo y, por tanto, a mi situación. 

Probablemente ese sea mi error. El repudio de las circunstancias y el contexto en los que constantemente olvido que también se encuentra representado mi ser, por extensión, sufriendo y llorando, riendo y gozando. El viejo no pregunta. Yo sólo hago que preguntar qué clase de mar es este en el que me encuentro y si se ha roto mi barca. Pero ya lo responde el mismo Hemingway cuando dice: "Ahora estaban en el tiempo de los ciclones, y cuando no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es el mejor tiempo del año". No sé si ha habido ciclón o no. No sé si me encuentro justo en medio de uno. Sea como el viejo, el pez pescado, el mar, o alguno de los tiburones, aquí me encuentro, en mi barca, en lo que podría estar siendo el mejor tiempo para mí, ahora.