sábado, 20 de mayo de 2017

Esto no trata de mí

Me anegan mis pensamientos. Me siento débil ante la constante sujeción a la variabilidad de mi mente. No creo que sea algo sumamente complejo de entender. Sé que soy más sencillo. Un dado, siempre dispuesto a rodar, más que el cubo de Rubbik, tan aparentemente combinable pero estático en su disposición. Me distraen sus colores, más que su nivel de dificultad. Igual que la era descuidada que veo cada mañana desde la ventana del tren, en lugar de algún edificio comunitario con piscina. Aún no sé si del todo, pero creo haber comenzado a asimilar que esto no trata de mí.

Las cosas se ven inmensas cuando se contemplan desde lo minúsculo de la propia pequeñez. Desde ese punto de vista, los discursos grandilocuentes y las aseveraciones extremas irritan, enfadan, indignan. Porque no pueden la grandeza y la pequeñez no pueden cohabitar en el mismo espacio. No por una simple incompatibilidad, sino por la reacción que puede generar el hecho de juntar a dos fuerzas tan infinitamente opuestas. Por un lado, la grandeza tratará de absorberlo todo a su alrededor y destruirá lo que no sea capaz de incorporar a sí. La pequeñez, en cambio, implica la destrucción de la grandeza. Una explosión de miles de pedazos que se esparcen por el espacio en cuestión.

No puedo describir el momento exacto en que vi mis pedazos comenzaron a volar y alejarse. Ha habido muchas cosas que han influido ene ello. Para empezar, un constantemente reconocimiento de Jesús y su carácter. Por ende, del contexto que me rodea y las personas que habitan en él. E incluso de lo desconocido y simplemente imaginado. Y de repente comencé a sentirme pequeño. No sé explicar el motivo. Pequeño hasta el hecho de sentirme ínfimo. Cuidado. No estoy hablando de desprecio o de aniquilación de autoestima. Tan sólo hablo de reconocimiento. De esa pausa necesaria en el trayecto en la que, inesperadamente, se haya una fuente de respuestas a preguntas que, quizás, ni siquiera me había planteado. Así que, en ese momento, considero justo tener que preguntarme por qué debo empequeñecerme. O también, por qué consentí el engrandecerme. 

Después de ver desvanecida por completo la grandeza que uno se había construido o que tan siquiera había imaginado, bien a través de objetos o de determinadas situaciones, tan sólo queda comprender que esto no trata de uno mismo. Que todas las historias, todos los cosmos independientes que constituyen cada persona son demasiado complejos para no contemplarlos y eludirlos (absorberlos), como se actúa desde la grandeza. Por lo tanto, la observación sólo se puede llevar a cabo desde lo pequeño. Desde la visión de que en medio de toda esta heterogeneidad, esto no puede tratar de mí. Que la Tierra, con sus complejidades, y lo que popularmente llamamos ‘vida’, no puede basarse en mi pequeñez.

Y no se trata de resolver ahora de qué o de quién trata esto. Al fin y al cabo estoy expresándome en un texto del que difícilmente se recogerá algún comentario y yo no hablo sólo. En cualquier caso, ya he manifestado mi motivo. Pero lo que realmente quería compartir es lo grande que resulta descubrirse pequeño. Lo marcadamente sentido que es comprender que ‘esto’ no trata de mí. Creo que todo ‘esto’ es un bello e inmenso colectivo de pequeñeces.